jueves, 3 de enero de 2013

El Argentino Sin Twitter

Es muy común que nos pregunten al saber si somos una pareja abierta si no nos da miedo enamorarnos de otras personas y conforme hemos abierto la puerta a nuevas experiencias, es de esperarse que de igual manera esa puerta se haya abierto "cashi shin querer".

Hace más de un año cuando conocí en Manhunt a un argentino que hacía un intercambio de estudios en biología en la UNAM (raro que no fuera mesero en la Condesa) y aunque no era el aspirante a modelo argentino promedio que conocemos en México, era rubio, barbón, ojo claro y moderadamente guapo, pero eso sí, muy inteligente.

Comenzamos a vernos, tomar mezcal, fumar mota y eventualmente besarnos e inevitablemente a enamorarnos. Fue tal vez el hecho de que su tiempo en esta ciudad estaba contado y que después de eso dificilmente volveríamos a vernos lo que me hizo darme la oportunidad de dejarme llevar y no reprimir lo que normalmente alguien con pareja (aunque sea abierta) reprimiría. Sabía perfectamente a dónde nos llevarían nuestras tardes sentados en el sillón platicando de sus bichos, el calor que se siente a cada trago del mezcal, su facha de nerd y esa manera encantadora de decir "posho". Lo mejor de todo, o lo peor, es que sabía que el día que Mingo lo conociera le encantarían su cabeza rapada y sus ojos azules. Las cartas estaban sobre la mesa: No estaba buscando de ninguna manera algo que no tuviera en casa, de hecho, no buscaba nada... y lo encontramos los tres.

Poco a poco se fue involucrando en mi vida, en la nuestra y nosotros en la suya. Iba con nosotros a fiestas y sin querer, la gente ya nos esperaba acompañados del argentino sin twitter. Todos fueron respetuosos de aquello que enseñábamos al mundo. No hubo preguntas ni comentarios. Le abrimos la puerta de nuestra casa y se hizo común que durante los tres meses que le restaban aquí pasara el fin de semana con nosotros. Nos extrañábamos el resto de los días de la semana. Mingo y yo hablábamos de lo bien que lo habíamos pasado juntos los tres una vez que se había marchado los domingos por la tarde. No se hicieron demandas de ningún tipo, sólo dábamos.

¿A quién se puede culpar por sentir amor?



Hablábamos todos los días, como cualquier pareja normal. Decidí no involucrarme en la relación que tenían mingo y el y preguntaba lo indispensable. Nos poníamos al tanto de nuestros respectivos trabajos y de nuestras aventuras con otros hombres. 

Una mañana después de haber estado juntos los tres y mientras Mingo se acababa el agua caliente de la regadera le pedí que se quedara. -Sólo una vez te voy a decir esto-. Le dije mientras estábamos acostados desnudos. -Quédate-. Y su única respuesta fue un abrazo tierno acompañado de una sonrisa que sólo reflejaba lo inapelable de la decisión tomada mucho antes de siquiera conocernos.

Nuestro tiempo se había agotado.

La despedida fue extraña, soy emocional, no puede evitar levantar un muro y estar distante mientras transcurría nuestra última tarde de domingo juntos. Lo notó y yo me di cuenta de que puedo amar a una persona y estar enamorado de dos. Prometimos estar en contacto y lo hemos hecho, habría una última oportunidad seis meses más tarde en un viaje de regreso a México para concluir algo en el instituto, un viaje a la sierra para investigar a sus amadas micro avispas.

Mingo me abrazó cuando lloré. Me lo permití y me dijo que todo estaría bien.

Volvió como había dicho y tuvimos una última noche. Una fiesta en nuestro departamento al cual llegó con una botella de Fernet, unos cuantos kilos de más y picaduras de bichos por su viaje a Jalisco. No pude reclamarle que de ese mes que estuvo en México sólo tuviera tiempo para vernos un día. No pude, pero tenía ganas de hacerlo.

Pasó la noche y al despertar ahí estaba, su piel blanca, sus lunares y sus cachetotes que tanto le molestaban. Preparé el desayuno y los tres platicamos como antes.

Como siempre.

Dejamos que esta aventura nos tragara sin pensar en las consecuencias que no habría. 

Nuestra vida continuó.










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