domingo, 27 de diciembre de 2009

¿De veras es un escusado?

Pues la Navidad nos cayó encima, invadió los centros comerciales, avenida de la reforma con el horrendo árbol de Pepsi, y a mí no me tocaron dos gotitas de espíritu navideño.
Hablando del árbol de Navidad más grande del mundo, Piegra y yo fuimos a verlo una de estas noches. ¿En verdad no pudieron hacer nada mejor? Seguro es el árbol más grande por la estrella de butimil metros, pero sin chiste y desangelado se posa como señora gorda sobre una mini glorieta en paseo de la Reforma, además del caos vial de cada noche por que cierran desde el Ángel hasta Insurgentes y Reforma. Se pudieron hacer cosas mucho más interesantes como un árbol que fuera por completo una pantalla de LEDS y que varios artistas plásticos lo intervinieran. 
Supongo que debe haber mucha gente que le pareció padrísima la idea porque incluso se acuestan en el suelo para tomarse fotos con el mastodonte azul-blanco y rojo. Que además viene sólo como parte de la campaña de cambio de imagen de Pepsi que ocurrió ya desde el año pasado en U.S.A.
Chateando con Memo me propuso que un buen tema para un artículo sería como hacer un buen regalo de Navidad. Creo que eso sería más tema para revista de señoras; sin embargo, me hizo recordar que efectivamente hay gente que no tiene la más remota idea de que regalar y eso puede provocar situaciones muy extrañas.
La mañana de mi cumpleaños número 24 recuerdo despertarme muy emocionado por el regalo que mis papás siempre dejaban a los pies de la cama durante la noche y ¡oh sorpresa! Era una caja enorme. Salté de la cama y ¡sí! ¡sí! Era una silla giratoria para el escritorio del estudio. ¿Qué más puede pedir uno que eso? No aventé la silla por la venta por que los Dioses son grandes pero ganas no me faltaron.
En otra ocasión el regalo fue una chamarra claramente era de mujer, y ni siquiera me quedaba (pero por supuesto que me la probé, era mía). Casualmente era de la talla de mi mamá (¿Me habrán aplicado un Homero?).
Obviamente dejé lo mejor para el final. Mi hermano se había ido a hacer su Servicio Social de la carrera de medicina a un pueblo cercano a San Miguel de Allende. En alguna visita previa había comentado que su clínica estaba “feíta” (no más que cualquier otra clínica de ranchería). Estando aquí para la cena de Navidad, una de mis tías (famosa por sus horrendos regalos) le dijo que la acompañara a su casa para darle su regalo. Obviamente mi hermano me pidió que fuera con él y así pues nos lanzamos con ella. Entramos y por ningún lado se veía nada envuelto. Y fue cuando nos dijo: -Ahí está, sólo que se le rompió la tapa del tanque cuando lo estaban trayendo-. No lo podíamos creer. Un lindo escusado verde pistache. -¿Cómo?-. Pues sí, como ella escuchó que la clínica no era precisamente el Hospital Ángeles decidió que un escusado era el mejor regalo (quién sabe quién puso sus posaderas antes que mi hermano). Una vez que recuperamos el aliento después del shock, el regalo fue rechazado de la manera más polite posible. Salimos de ahí sin poder creer lo que había sucedido.
Este año finalmente pasé la Navidad a solas y efectivamente no fue ni triste ni miserable como todo mundo me dijo que sería. Mi familia se fue de la ciudad al igual que mi novio así que la pasé en casa e incluso me dormí temprano. No sé si haya sido la falta de espíritu navideño o que finalmente perdí el miedo a pasarla conmigo. Y claro que tuve más de tres invitaciones para pasarla en casa de amigos, pero sin dejar de agradecerlo, siento que es incómodo. Sobre todo el momento del intercambio de regalos y que nadie te dé ni unos chocolatitos.
Y bien, sólo me resta desearles que el panzón de rojo les haya traído buenos regalos y sí no, pues siempre habrá un siguiente año.

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