lunes, 9 de noviembre de 2009

Abre Tus Alas

Ha sido lamentable que me haya alejado tanto tiempo de mi blog pero, necesario o no, en realidad sentí que no tenía mucho que decir al respecto de lo que me había estado sucediendo: NADA.


Dejé mi trabajo en AeroMéxico, y sólo por esta vez romperé mi acuerdo de no mencionar nombres, pero todo se debió a la bruja de Cristina Ahedo. No abundaré en el tema, ya que no quiero que se convierta en algo que traiga conmigo por más tiempo.

Lo único que quiero decir públicamente es que ojala reciba lo que se merece: Nada bueno ni nada malo… únicamente lo que tenga que recibir (Perra del mal… ¿Quién dijo eso?).

Comencemos:

Recién dejé mi trabajo en AeroMéxico y realmente pasé por una etapa de depresión de la cual no estoy seguro haber salido todavía del todo. Debo agradecer a mis amigos y prima el haber intervenido de la manera que lo hicieron y comenzó la fiesta. Jamás pensé convertirme en un Circuit Party Boy (y aún no lo soy, pero voy pa’llá que vuelo), pero bueno tampoco imaginaba que pilotearía un avión y lo hice.

Sí han leído los capítulos anteriores y me refiero específicamente al Capítulo 8, fue en ese entonces, ahora ya hace más de un año, que probé mi primera tacha (Dioses). Y definitivamente no tenía ni puta idea de lo que me tenía preparado el dealer, digo el destino. Debo reiterar en este momento que NO PROMUEVO en ningún momento el uso de cualquier tipo de droga.

Fue así como comenzó toda esta nueva aventura en los antros gay (obviamente) de la Ciudad de México. Primera noche con el Clan Rosa (Mr. Join, Matanás, Jön, La Prima y La Amiga de la Prima, Major Tom, representante de Laredo y un servidor). En ese momento debí darme cuenta la bola de nieve que venía ya cayendo y creciendo y creciendo… la diversión estaba por “estallar”. Conseguimos los dulces sin ningún problema y al cabo de un rato comenzaron los síntomas: Orejas calientes, sonrisa de Monalisa (bien cagadísima), pantalones húmedos, la quijada apretada, apretada y ganas de mover el cuerpo hasta desarmarme. Sin playera y con lentes oscuros prestados (no sabía que eran parte del uniforme) bailé como hace años no lo hacía. Lo puedo recordar justo en el momento que me reventó estaba tocando White Castles, obviamente la versión de Oscar Velazques. (Les pongo la liga pa’que se vayan poniendo en sintonía pero como ustedes saben es imposible conseguir una versión que se escuche decentemente.


- Ya me voy cabrones (Les dije mientras los dulces… bueno el dulce, el dulce, a quien engaño sólo era uno…)

En las bocinas se escuchaba: All this time I’ve been in love with you...
-Sólo abre tus alas y déjate llevar.
Y eso hice. Literalmente me despedí de todos y emprendí el vuelo.

No pude haber elegido peor día para viajar otra vez, justo a las 3:30 a.m. pararon la música, encendieron las luces del lugar y que nos sacan.  Supuestamente por que llegaron las autoridades obviamente por su respectiva mordida porque no puedo imaginarme que lo que en realidad (¡Eso no se hace cabrones!) Salimos enojados, sudados, entachados, contentos, entre otros sentimientos, sin saber que hacer pero por lo que pude entender a penas les acababa de hacer efecto a la mayoría. Prontamente se propuso continuar la velada en un lugar que me llenó de emoción: Mi primera vez al after.

En el primer piso de un local cerca de Insurgentes y Alvaro Obregón: el Rolling, horrendo pero en serio, subiendo unas escaleras que poco invitan a subirlas ahí estaba, lleno de humo porque, claro, a esas horas y en esos estados la Ley Anti Tabaco sirve pa’dos cosas. Yo seguía enfiestadísimo, lo único que quería hacer era quitarme la playera y seguir bailando.

Todo iba bien, la música arriba, mis amigos y mi prima y su amiga yo bailando y sudando hasta más no poder cuando entró en escena Adrian Dalera. Si pensaba que ya andaba arriba se prendieron los motores y llegué a la estratosfera. Y esa no sería la primera vez…



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