martes, 1 de junio de 2010

Si Nomás Fueron Cuatro Chelas

Después de un largo período de bloqueo literario, falta de entusiasmo o un je ne sais quoi, que me hizo retirarme de mis crónicas he regresado. Mi regreso no es gratuito, como nada en la vida, todo se lo debo a cuatro cervezas y las 20 horas que siguieron al consumo de las mismas.
El pasado jueves 27 de mayo después del habitual recorrido Madrid – Marrakech celebrando la despedida de una gran amiga que se nos va a vivir a Finlandia, nos subimos al coche Piegra, Salcido y un servidor: el mÖstro. Todo iba muy tranquilo, salimos del centro con dirección a la San Rafael cuando –sáqutelas- San Cosme cerrado completamente atravesado por una hilera de conitos anaranjados… Pensé que estaban reparando la calle y muy tarde fue cuando me di cuenta que lo que estaba ahí era el alcoholímetro (chan, chan , chaaaaan). No había manera de evitarlo y lo único que pude decir fue “Ya me cargó la chingada”. Y así fue mis queridos amiguitos… me cargó con todo y todo al MP. Afortunadamente Salcido pudo tomar la posición de piloto del automóvil y evitar que fuera llevado por la grúa al corralón.
La situación ocurrió así… Le soplé al aparatito ese y la medida fue .43, siendo el máximo permitido .40… o sea que me la pelé por 3 puntitos. Desde el principio cooperé con los oficiales esperanzado que eso y que estaba a dos cuadras de mi casa de alguna manera pudiera ablandarlos y me dejaran ir, pero no contaba con que “no habían llenado su cuota” y les faltaban además de mí otros cinco. Y así fue, se llevaron al que estaba delante, al que estaba detrás y dos más que llegaron más tarde.
Después de despedirme de Piegra y de llevarme los cigarros “como medida de prevención” me subieron a la patrulla y de ahí al MP. Ahí conocí a “Mayito” y al “Rodri”, de 29 y 22 años respectivamente y que habían sido detenidos bajo las mismas circunstancias que yo… Bueno al Mayito lo agarraron según el por caliente, por que ya iba a su casa y se desvió a ver a las putas, y al “Rodri”… pues igual. Ah pos que muchachos tan calenturientos pues.
Pasaron unos treinta minutos cuando nos llevaron con el médico a una revisión y de ahí con el juez cívico pa’ firmar la declaración. En donde uno dice que conoce el reglamento y que uno iba manejando en estado inconveniente. Una vez hecho esto, nos pusieron otra vez en una patrulla y de ahí al… (redoble de tambores) TORÍTOOOO.
Ni amables, ni groseros, ni prepotentes ni nada nos recibieron y lo primero fue dejar todo en la caja de seguridad (o bolsita ziplock en mi caso), celular, dinero, cartera, cinturón, agujetas, reloj… bueno todo.
Ya listos y la verdad con el “esto no me puede estar pasando a mí” en la cabeza, nos metieron a las celdas, que básicamente es un pasillo largo con varias celdas con literas. Ahí uno puede ver que obviamente no es el único y pues uno se le acerca a los que traigan ropita más o menos como la de uno o más cara en su defecto.
A las 6 de la mañana nos avisan los custodios que van a servir el desayuno y la verdad es que en ese momento todavía mi hambre no era suficiente como para averiguar si la comida era decente o no. Me serví un poco de café (u lo que sea que haya sido eso) y un par de cigarros para comenzar a socializar en el patio.
Así transcurrió la primer hora para luego llevarnos de regreso a las celdas, ya más repartiditos y cada quien en su grupito ya alcancé litera aunque honestamente tenía algo de miedo de quedarme dormido.
Las horas pasaban lento y entre conversaciones sin sentido, molestos todos, algunos empezaban a discutir la opción de ampararse. Uno de mis compañeros de celda comentó que no tenía ningún caso, que además de la lana que te bajan (entre 1500 a 4500), te sacan a las diez horas y después tiene uno que regresar a pagar el tiempo restante. Además de que a los tres días hay que ir al ministerio público a ratificar el amparo  y con las consecuencias legales que implica. Cabe mencionar que no se trata de un delito si de una falta administrativa.
Después de conciliar el sueño durante un par de horas me desperté para darme cuenta que eran las nueve de la mañana y todavía faltaban más de doce horas para salir de ahí. Sin nada más que hacer más que seguir conociendo a mis nuevos amigos, incluso a los verdaderos delincuentes que habían sido detenidos por reventa de boletos, consumo y venta de drogas, robo, entre otras curiosidades.
A las diez de la mañana mandaron llamar a los primeros amparados y se les dio la oportunidad de quedarse y cancelar el amparo… sólo un francés decidió quedarse y evitarse futuros problemas.
De regreso a las celdas ya los grupos estaban bien delimitados… El Team Polanco, detenido en Masaryk que se unió al Team Condesa cuando casi todos sus miembros salieron por amparos. El Team SixFlags detenido sobre Picacho, el Team Montevideo del norte de la ciudad y finalmente el resto de cacos que andaban juntos y sólo se nos acercaban para pedirnos cigarros.
Las horas pasaban y no pasaban, los cigarros seguían consumiéndose, otros cuantos amparados salían y yo simplemente no veía la hora de salir.
Justo a la mitad de cumplir mi sentencia me entró un poco la desesperación de estar ahí y uno de mis compañeros de celda tuvo a bien calmarme, era su segunda vez, así que sabía de qué se trataba todo eso.
Llegó  la hora de la comida y ahora sí ya tenía hambre, cuando el más intrépido del grupo salió del comedor para informarnos que la comida no tenía mala pinta, pescado empanizado, sopa de papa y ensalada de lechuga con pepinos era lo que nos esperaba, ya no pude seguir engañando a mi estómago con agua y cigarros así que hice lo único que podía hacer: comer en la cárcel.
Después de la comida logré conseguirme otra litera para echarme una siesta y tratar de evadirme por un par de horas más.
Ya faltando unas cuatro horas no quedó más que seguir platicando y descubrir que Juan Manuel celebraba su cumpleaños número treinta, Camilo tenía una banda de jazz-flamenco y estaba por grabar un disco con Cosme de Café Tacva, Luis era estilista y tenía novia, Ricardo trabajaba para gobernación y ni eso había logrado evitar que pasara la noche y el día encerrado.
Entre plática y plática sin querer se me escapó: “Puta madre, por eso prefiero las tachas”, a lo que más de uno soltó una carcajada.
Ricardo cumplió sus veinte horas a las 20:30, ya sólo faltaban 2 horas y media para salir de ahí, después de mí, salía Camilo, después Luis y al final el cumpleañero.
Finalmente dieron las 10:30 y me mandaron llamar para firmar unos papeles y recoger mis cosas, al salir tuve un sentimiento extraño de sentirme perdido y confundido, estaba triste y molesto pero al mismo tiempo sabía que ya había terminado.
Luego de una rica cena en La Casa de Toño regresamos a casa y pude dormir 14 horas seguidas.
El sábado ya en casa todavía tenía una extraña sensación, no quería hacer nada y estaba muy irritable, al pasar uno o dos días el sentimiento fue expulsado por completo y casi soy yo de nuevo.

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