viernes, 10 de mayo de 2013

Mommie dearest

Un diez de mayo más en el que inundarán las redes sociales con textos que hablarán maravillas de sus madres. ¿Por qué les encanta presumir cuanto las quieren? -Es algo que yo no entiendo. 

Tal vez por que en mi caso a diferencia de muchos de ustedes la relación con ella no es la que generalmente tienen los homosexuales con sus madres, en realidad con quien siempre tuve una excelente relación fue con mi padre, tanto así que fue con el con quien salí del closet.

El primer recuerdo que tengo de ella es tan... Mejor ustedes juzguen.

Cursaba yo el segundo año de kinder y mi madre tenía una queja constante, me tardaba demasiado tiempo, a su parecer, para hacer la tarea. Una vecina le recomendó un método para corregirme: Me daría dos horas para terminar la tarea y transcurrido este tiempo me quitaría los libros hubiese terminado o no. 

Recuerdo haberme esforzado como nunca hacía planas de bolitas y palitos como nunca antes lo había hecho y aún así no era suficiente. Me había puesto justo frente a mis cuadernos un despertador de esos antiguos con campanitas arriba y el tiempo pasaba... -Tic, tac, tic, tac-. Seguía y seguía la mano me dolía y el segundero se escuchaba cual pasos de gigante -Tic, tac, tic, tac-. Daba vueltas a hojas y hojas pero el despertador seguí distrayéndome haciendo que mi mente volara como siempre. Supongo que en esos tiempos los trastornos de atención eran completamente desconocidos pero siempre tuve problemas, veo una cosa que brilla o una ardilla con cola peluda y ya valió madres. Es por eso que siempre estoy haciendo tres cosas al mismo tiempo.

-Tic, taaac, tic, taaaaaaac.


Pasaron las dos horas. De verdad sentí que el mundo terminaría en ese momento (Lo siento siempre fui muy ñoño y la tarea era importante para mi). Recuerdo perfectamente que ella estaba al teléfono y pidió un momento, se acercó y cerró cuadernos y libros, los tomó y se los llevó. Yo lloré. Se los pedí de vuelta, le dije que me diera una oportunidad más para terminar y se negó.

Al otro día rumbo al colegio en el Ford Fairmont azul de mi padre saqué discretamente los cuadernos de la mochila, llorando en silencio traté de continuar con la tarea hasta que fui descubierto por ella que iba en el asiento delantero volvió a retirarme el cuaderno y no me lo devolvió hasta la puerta de la escuela.

Ya en el salón el estrés se apoderó de mi, nunca había fallado con la tarea y cuando al final de la clase nos pidieron los cuadernos y libros fui con la maestra quien se sorprendió al ver mi tarea incompleta. Le expliqué lo que había ocurrido. Ella se enfureció y luego supe que le había llamado a mi madre para reprenderla.

Obvio no lo tomó nada bien, todo lo contrario; se molestó porque la había puesto en ridículo.

Y ese es el primer recuerdo que tengo de ella.

Durante mis años de infancia fuimos cocinando a fuego lento un caldo de odio muy bien sazonado. Siempre fui de naturaleza curiosa y para mi era casi como arqueología entrar a su recámara y ver que había en los cajones. Debo decir que conforme pasaron los años me volví un experto en revisar cualquier cosa sin dejar rastro, pero mientras desarrollaba esa habilidad lamentablemente fueron muchas veces las que fui sorprendido y reprendido severamente. Nunca con golpes, pero sí con muchos castigos y regaños.

Otra de mis grandes hazañas y creo fue la única vez que recibí nalgadas de parte de ella fue cuando tuve la gran idea de invitar a salir a mi vecina del departamento seis de una manera original. Tendría unos diez años y me subí a la azotea del edificio donde vivíamos, tal vez no medía yo el "peligro" de estar en la azotea del edificio que por cierto tenía un muro de un metro de alto por unos treinta de ancho que me protegían del borde.

En la punta de un carrete de hilo amarré un corcho con una nota: ¿Quieres salir a jugar?

Bajé el corcho hasta la ventana de mi vecina (dos pisos) y lo balancé un poco para que tocara su ventana. Al parecer no estaba en su recamara porque nunca respondió. Desistí y regresé al departamento donde ya enojada me esperaba mi madre.

-¿Dónde estabas?
-En la azotea -respondí.
-¿Y qué hacías ahí?
-Subí porque le iba a enseñar algo a Karla -no pude nunca imaginarme lo que pasaría por su mente, en ese momento enfureció y comenzó a nalguearme-. Sólo quería invitarla a a jugar -dije mientras lloraba.

Luego de varios golpes finalmente no pude más y le enseñé el corcho, la nota y el hilo y le expliqué lo que había hecho. Más tarde supe por mi papá que lo que en realidad ella escuchó fue: Subí a la azotea para encerrarme con Karla en el baño de las sirvientas para enseñarle mi pene y que ella lo tocara.

Nunca logró entender porque no simplemente pude ir a su casa y tocar a la puerta como cualquier niño normal. Pequeño detalle, nunca he sido normal.

Durante mi adolescencia su preferencia por mi hermano mayor fue cada vez más evidente y todo se agravó cuando salí del closet. Pero esa mis bodoquitos es otra historia. 

Y antes de que piensen cualquier cosa, no la odio, no le guardo rencor. Al rato como todos ustedes iré a verla y comeremos juntos como adultos civilizados hasta que mi partida es indicada por sus consejos sobre como debo vivir mi vida.










2 comentarios:

  1. me gusta mucho tu manera de redactar

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  2. eres muy valiente y especial por eso haces lo q haces. P.D. Soy igual a ti :)

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