Fue hace unos meses
cuando por medio de una de esas redes de putería que me contactó un vecino que
aparecía extremadamente cerca: 248 m decía el indicador de distancia. No se
miraba su rostro, aparece de espaldas mostrando su lampiña y musculosa espalda
en perfecta V, sus voluminosos triceps ligeramente marcados por el esfuerzo
casual de recargar las manos en los bolsillos de unos jeans llenados a la
perfección por sus muslos y su trasero arremangados a las rodillas, la cabez
rapada ligermanete mirando al piso y eso era todo, o suficiete para llamar mi
atención.
Siempre me ha
costado mucho trabajo hablarle a hombres que se ven así, porque seamos
realistas casi siempre son esos perfiles en las aplicaciones móviles de ligue
que nunca responden. ¿Qué buscan esos dioses del sexo en estos cuartos
inexistentes donde el anonimato prevalece? Miraba y miraba su única foto y
honestamente lo hice durante varios días hasta que una noche en una borrachera
casera con Mingo me animé a mandarle un mensaje.
“¡Wow con tu
espalda!”
No esperé respuesta,
pero pasaron dos días y la hubo. Un “hola cómo estás” y la ritual letanía las
preguntas impersonales que evidentemente traté de hacer no monótona para
mantener su atención. Mi estrategia era simple, ser amable y no mostrarme
idiotizado por su físico como seguramente todos lo hacen una y otra vez. Continuamos
la charla sin materia durante un par de días, intercambiamos algunas fotos, los
mensajes subieron de tono una vez que nos mostramos desnudos y finalmente me
dijo que deberíamos vernos. Al parecer mi plan había funcionado y me emocioné.
Es rubio y tengo un
problema con los rubios entre más güeros sean, mejor. La textura de su piel es
distinta, su olor, el sabor sus besos que son una mezcla entre leche y algodón
de azúcar.
Pasaron dos semanas y fijamos un día y una hora para
vernos, convenientemente elegimos la hora de la comida, por lo que
tendríamos un par de horas para hacernos todo aquello que nos habíamos
prometido.
Finalmente llegó el
día y la hora. Quedamos de vernos justo en la esquina de mi casa a las dos de
la tarde. Me había mandado mensaje de que ya estaba en camino. Me senté en una
jardinera debajo de un árbol para guardarme del calor que estaba insoportable.
Esperé unos minutos y nada. Dieron las dos y diez y no había llegado. Comencé a
sospechar que tal vez el vecino de la foto no llegaría.
Seguí sentado,
esperando, recorriendo el time line en Twitter pendejeando mientras deseaba
recibir alguna noticia. Fue cuando noté que alguien que yo había visto, un vecino que oportunamente estaba
parado a unos metros de mí. Un rubio muy musculoso a quien llamaré “O” con
quien yo me había coqueteado en el gimnasio al que iba antes y que casualmente
también es vecino nuestro. Me reconoció y sólo levantó una ceja a manera de
saludo, dio la vuelta en la esquina y se perdió. Volví mi atención al teléfono
para ver si tenía mensaje del Dios menonita que estaba esperando, pero nada.
Volví a mirar hacia
la marabunta de gente que pasaba, los coches, de nuevo al celular buscando
algún mensaje y apareció O una vez más que volvía a pasar, pero esta vez del
otro lado de la calle y me miró fijamente, sonriendo, pero sin detenerse. De
nuevo al celular y nada. Ni un maldito mensaje. Seguro me iban a dejar
plantado.
Evidentemente me
llamó la atención verlo nuevamente, pero mis pensamientos regresaron a mi
fallida cita cuando por detrás de mí O llegó y se detuvo descaradamente a mi
lado. Sin ponerme de pié y ahora sin voltear a verme me habló.
-Hola ¿qué haces?–
preguntó.
-Espero a un amigo.
-¿Ah sí? ¿A un amigo o un ligue?– sonrió.
-Un amigo.–mentí, mientras miré una vez más el teléfono ahora para
ver un mensaje.
“Ya estoy a
unas cuadras, perdón voy tarde”
-¿Y por qué no le marcas a tu amigo?– dijo mientras
subía la pierna a la jardinera en la que estaba yo sentado mostrando su paquete
debajo de sus licras azul rey que le cubrían hasta la mitad del muslo mostrando
músculos. -Anda, márcale igual no va a venir.-
-Ya me mandó mensaje… viene en camino.- dije
inevitablemente ansioso.
¿Será que en
realidad era él al que estaba esperando y por alguna razón me jugaba una broma estúpida
en la que me tenía claramente acorralado?
-Pues te haré
compañía mientras él llega.– dijo casi riéndose a carcajadas. -Y bueno, ¿a qué
te dedicas?
-Me hago cargo de
una sex shop en Internet.– honestamente estaba nervioso, incómodo, hipnotizado
por su palidez y su cabello y cejas amarillas, sus ojos azules y la erección que tenía y que mostraba un evidente Príncipe Alberto.
-¡Uy! Seguro tienes
una colección enorme de juguetes.
-No en realidad no,
lo que sí tengo son muchos lubricantes. –putamdre, por qué demonios le dije eso.
Volvió a reir y pude
notar que cualquiera que hubiese sido el juego que estábamos jugando yo estaba
punto de perderlo.
-Pues si mejor me
hubieras enseñado tu colección de lubricantes en lugar de estar aquí esperando
a “tu amigo” ya hasta hubiéramos cogido. ¿No crees?
Y yo que pensaba que era un golfo. Me dieron una
lección de cómo ser un golfo de verdad. Quedé mudo por un momento, me puse rojo
de la pena y de algún lado encontré la entereza para responderle que fuéramos a
mi casa.
Al terminar miré el
teléfono y tenía un mensaje de mi vecino:
“Disculpa, choqué y
a penas me voy desocupando.”
Todavía hoy no sé si
O es la misma persona que estaba esperando o en realidad hay un vecino a 282 m
de distancia que ya no responde mis mensajes.